David Ortega es
catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.
HEMEROTECA DE “EL MUNDO”
TRIBUNA
La poca propensión a los acuerdos, el exceso de
corrupción, el peso del nacionalismo y el inmovilismo en la reforma
constitucional son los principales males que lastran la actividad política en
nuestro país.
No sólo los
individuos pueden tener funcionamientos anómalos o incluso patológicos, también
las conductas colectivas pueden verse caracterizadas por determinadas prácticas
o realidades algo enfermizas. Al igual que es bueno en las personas detectar
las enfermedades para poder superarlas, puede resultar de interés señalar o
diagnosticar los males que padece nuestra realidad o praxis política.
De entrada, es
útil recordar las patologías clásicas de nuestra vida política, que durante más
de dos siglos nos han hecho sufrir bastante. En primer lugar, la excesiva
presencia o intervención de los militares en política, ésta ha sido una
patología que ha marcado la política española durante dos siglos. Sin embargo,
y esta es la buena noticia, es una patología que hemos logrado identificar y
superar. Así, hoy la institución militar es una de las mejor valoradas por los
españoles, según indican desde hace bastantes años las encuestas del CIS.
Por tanto, la
moraleja es que las patologías se pueden curar. Basta, como siempre, con un
buen diagnóstico y un acertado tratamiento. Igualmente ha sucedido con las
tensiones generadas entre la Iglesia católica y la vida política española. Han
sido también dos siglos de encuentros y desencuentros. No obstante, también hoy
la Iglesia católica no es un problema o disfuncionalidad de nuestra vida
política: la Iglesia se dedica al cuidado de las almas, que falta hace y la
política a nuestra vida en comunidad. Aquí también hemos progresado.
Sin embargo,
hay otras patologías que todavía no hemos afrontado ni superado, siendo el
primer paso necesario identificarlas. Al menos, señalaría cuatro. En primer lugar nuestra patología más clásica, que parecía algo mitigada, pero que
ha reaparecido con fuerza: nuestra poca propensión al acuerdo y al
entendimiento en cuestiones de interés general -políticas de Estado-. Hay un
exceso de políticas de bloqueo y una marcada carencia de las vitales políticas
de "tender puentes" en los grandes temas (política territorial,
independencia judicial, lucha contra la corrupción, gestión eficaz de la
Administración Pública, limitar la partitocracia y profundizar en la
democracia, etc.). Ha sido ésta una característica enquistada en demasiados
momentos de nuestra vida política. La mayor patología de la política es no
saber tratar la discrepancia, no gestionar el conflicto. La vida,
especialmente la política, es conflicto y hay que saber convivir con él.
Igualmente, la convivencia humana -y también la política- es cesión, teniendo
la habilidad o sabiendo hallar -o en su caso crear- los necesarios puntos de
encuentro. La mayor parte de los proyectos políticos importantes -Unión
Europea, Transición política española, por poner dos ejemplos- nacen de la
cesión y del diálogo responsable y comprometido. Es importante recordar que en
política el diálogo no es una elección, es una de las principales, sino la
principal, obligación del buen político. Tal vez entre alguno de nuestros
políticos hay un exceso de soberbia, de ego y personalismo, mientras sufrimos
cierta carencia de responsabilidad y de la imprescindible humildad y vocación
de servicio público, esencial para toda política, especialmente, para las
políticas de Estado.
Una segunda patología preocupante de nuestra vida
política es el exceso de corrupción. En contraste con nuestro entorno
europeo, no son normales ni aceptables los niveles de corrupción que, de una
forma u otra, invaden a la mayor parte de los partidos políticos, especialmente
al PP y al PSOE, sin olvidar a la antigua CiU. Basta con ver los numerosos
casos de corrupción y lo que éstos cuestan a las arcas del Estado, es decir, a
todos los españolitos de a pie. Es ésta, una patología más que preocupante. Es
la picaresca española en su peor versión, es el engaño de Rinconete y
Cortadillo -la mafia del siglo XVII-, es el Buscón buscavidas, las
trampas del Lazarillo de Tormes, pero en política y en puestos de poder. Esta
patología sólo se cura con dos instrumentos: transparencia y cultura cívica,
además, como siempre, del respeto a la ley. Aquí todos tenemos mucho que
trabajar y con gran perseverancia.
La tercera patología, también clásica y aún no superada
en España, es el nacionalismo como principio esencial de determinadas
políticas. Puedo entender un nacionalismo moderado y respetuoso con el Estado
de Derecho, pero no el nacionalismo que es la causa primera de todo, que todo
lo justifica y ante el que todo tiene que ceder. El nacionalismo totalitario
que está por encima de la ley me parece una patología muy preocupante.
Siempre he defendido que fuera del Estado de Derecho hace mucho frío... Cuidado
con los que se ponen por encima de la ley, la historia ya nos ha enseñado que
sin ley no hay convivencia cívica posible. Lamentablemente, en la cuestión del
nacionalismo no estamos yendo a mejor y se está empezando a convertir, en estos
últimos años, en una auténtica patología de nuestra vida y convivencia
política.
Por último, nos
resta por apuntar otra importante patología
de fondo de nuestro sistema político y constitucional: la materia de la reforma
constitucional. En este tema realmente nos pasa algo raro. Somos un caso
prácticamente único en el planeta. No es normal que en casi cuatro décadas
de vida de la Constitución de 1978 no se haya reformado prácticamente nunca.
Es un caso insólito. Y las dos únicas veces que se ha reformado -artículo 13.2
en 1992 y art. 135 en 2011- fue por imposición de la Unión Europea, no por
propia voluntad o iniciativa. La reforma constitucional es una necesidad para
mantener vivo y actualizado el propio texto constitucional; petrificarlo es en
alguna medida condenarlo. Todas las constituciones de una u otra forma se
actualizan, progresan, se adaptan y revisan para estar a la altura de los
nuevos tiempos.
Tal vez esta
patología de no ser capaces de actualizar nuestra Norma de convivencia a los
nuevos tiempos y a la sociedad española del 2016 -muy diferente a la de 1978-
esté relacionada con alguna de las otras patologías apuntadas: la falta de
capacidad para lograr acuerdos y el problema del nacionalismo.
Es muy sano en
la vida identificar las deficiencias, reconocer los defectos. Siempre es el
primer paso para el progreso. El segundo, lógicamente, es buscar los adecuados,
los instrumentos y los procedimientos para solucionar, o al menos paliar, esas
deficiencias. La política española debe seguir madurando y para ello es
fundamental, de una u otra manera, encarar con inteligencia y decisión las
claras patologías que entiendo afectan a lo más importante de nuestra vida
colectiva.
Termino. Los
tiempos de cambio siempre son una buena oportunidad. Hoy nuestra coyuntura
política de gobernabilidad precisa de varios protagonistas (al menos tres). Es,
pues, momento propicio para tomar decisiones importantes y poner las bases
sólidas para una verdadera nueva política.
http://www.elmundo.es/opinion/2016/10/19/5806602922601dc1368b4652.html
COMENTARIO:
Por Pedro Taracena Gil
COMENTARIO:
Por Pedro Taracena Gil
Campus de la Universidad Rey Juan Carlos de Vivalvaro
Foto: Pedro Taracena
Efectivamente el catedrático
David Ortega hace un diagnóstico minucioso de las Patologías de la política española. Este tema de rabiosa
actualidad, es abordado con el rigor
científico preciso, pero marcando unas pautas muy razonadas y asequibles para
el lector de un periódico o para el internauta. De estas patologías de nuestro
país, el doctor Ortega hace un análisis del aquí
y ahora de la política española. En términos fotográficos lo está mirando a
través de un teleobjetivo, es decir, que se ciñe a la problemática nueva donde los
resultados electorales del 20-D y 26-J, han roto la dinámica anterior. Donde
todo estaba en manos del legendario bipartidismo.
No obstante como lector de su
magnífico artículo y habiendo nacido a principio de los años cuarenta, la
experiencia vivida me hace contemplar esta problemática, sin abandonar el
lenguaje fotográfico, con un objetivo gran angular. No por capricho sino porque
los debates, las discrepancias, las posturas ideológicas, sus orígenes y raíces, no son de ahora, ni del
siglo XXI, son del siglo pasado. Y esto sucede porque después de la Transición
y con la Constitución de 1978 en vigor, no pocas cuestiones están aún sin
resolver.
Es evidente que la Carta Magna
se escribió bajo la amenaza de involución, aunque no evitó la intentona
golpista del 23-F. El texto constitucional se escribió bajo la tutela de la
oligarquía franquista, el Ejército y la Iglesia. Pero la transición legal
terminó con la dimisión de Adolfo Suárez, y a partir de la mayoría absoluta de
Felipe González hasta nuestros días, algunas o muchas reformas habrían sido
posible. Para abordar las Patologías de
la política española, es preciso antes alcanzar la reconciliación de los españoles. El enfrentamiento fratricida
provocado por el golpe militar de Franco, no ha quedado saldado habiendo dejado
impune el genocidio franquista. Estas circunstancias que no tienen parangón en
el mundo civilizado, enfrentan a los españoles y subyace en todos los debates
políticos.
¿Qué impide que se reforme la
Constitución de 1978 para reconocer que el Estado Español, es una nación de
naciones? Pues la respuesta está en el testamento de Franco, que dejaba atado y
bien atado que ESPAÑA ES UNA GRANDE Y LIBRE. Los Padres de la Constitución
encorsetaron a su antojo, el concepto nación
y el concepto estado, así como que la
Constitución se fundamenta en la
indisoluble unidad de la Nación española.
El Movimiento 15-M ya nadie
puede negar que haya llegado para quedarse. El Gobierno de Rajoy, lejos de
aceptar que está en minoría, no tiene intenciones de renunciar a las políticas
emanadas de su mayoría absoluta, que confundió con el poder absolutista. El PSOE añora el bipartidismo y quizás caiga
en la tentación de apoyar a Rajoy para obedecer
a Europa, y renuncie a las opciones situadas a su izquierda, como siempre.
Existe un enfrentamiento
político, social e incluso religioso, con las tres categorías que hemos creado
en España, a la hora de establecer el estatuto de víctima de la violencia. Las
víctimas del genocidio franquista, las víctimas de terrorismo de ETA y las
víctimas del terrorismo de Estado de los GAL.
Estas patologías quizás hayan
sido fáciles de diagnosticar con la sapiencia del autor del artículo, pero su
origen nada tiene que ver con las cualidades de nuestros políticos para
pactar. La Constitución fue escrita
impregnando inmovilismo y continuismo. La situación se hace más hostil cuando
en la calle lejos de haber unanimidad, cada vez se cuestionan más los símbolos
de unidad constitucional. Dos formas de estado. Dos banderas. Dos himnos y
varias naciones. La unidad se percibe,
más como imposición que como concordia. Si no hay reconciliación, jamás habrá
pactos y mucho menos convivencia democrática y solidaria.
La unidad de España es una
quimera desde antaño. Lo que legalmente se denomina unidad nacional, no está soportada en ninguna legitimidad popular.
La realidad nos dice que hay dos Españas y además no diferentes sino enfrentadas.
La España triunfante e invicta y la España vencida. La España verdugo de la
dictadura y la España víctima. La España colaboracionista con la Transición y
la España resistente al franquismo residual pero muy activo. La España de la
República y la España de la Monarquía post-franquista. La España social de
derechas (Sin atisbo de condena del franquismo) y la España de izquierdas,
progresista y reivindicativa de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. La España de la única nación indisoluble y la España del Estado Nación
de Naciones. Mi experiencia personal después de haber convivido en Catalunya de
1973 a 1979, me dice que la visión que de Catalunya se tiene desde Madrid, está
viciada desde hace muchos años. Mi hija es catalana de nacimiento. La ignorancia y la perversa intención del
centralismo han sido los causantes de que el problema catalán haya descarrilado.
De todas formas el artículo de David
Ortega es una lección magistral.
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