¿Saben nuestros dirigentes políticos en gobiernos, parlamentos
y judicatura, para qué sirve la política?
Por Isidoro Gracia
Exdiputado
Para que cualquier empresa o
proyecto tenga éxito, y que este pueda ser medido objetivamente, es
imprescindible establecer, previamente, cuál es la meta y las posibles rutas para llegar a ella.
Para los estudiosos del tema,
desde la antigüedad, la meta es clara: conseguir la felicidad de la mayoría, más modernamente se ha moderado el gran objetivo, dejándolo en un simple bienestar. Otro
tema que tiene menos consenso son las rutas a seguir, para una mayoría el fin de la felicidad, o del
bienestar, es un proyecto colectivo ya que el bien de un individuo no es
compatible con el absoluto antagonismo, el de los otros individuos que forman
parte de su comunidad. Para los menos estudiosos la prueba irrebatible del
nueve de esta afirmación la pueden
buscar en la comunidad de propietarios de su vivienda.
En una mayoría de países se ha optado por la democracia
como el mejor sistema para conciliar intereses, en Europa y en España el uso, como argumento de
autoridad, de que lo que se hace por todos los poderes políticos, ejecutivos, legislativos y
judiciales, se hace basado en la voluntad democráticamente evidenciada por los ciudadanos, se ha convertido
en un hábito.
Y el problema de las dudas, sobre
si los dirigentes conocen cual es su papel, surge precisamente por el uso y el
abuso de ese argumento, para justificar normas legales, medidas ejecutivas y
sentencias judiciales que manifiestamente van en contra de la felicidad o del
bienestar de una gran mayoría de los
ciudadanos, de los que reclama esa voluntad democrática.
¿Puede ser una meta la magnitud de
una prima de riesgo? que solo es de interés para quien compra deuda
pública, con el dinero que entre
todos le hemos prestado a un precio mucho menor que el que ellos reciben, o, el
crecimiento de la deuda pública, cuyo
mayor componente es el de la transformación en público de lo que antes era proyecto
privado fallido. Evidentemente no. Tampoco es una meta éticamente aceptable,
para la mayoría, la mejora de la productividad
de una empresa por la caída brutal
de los salarios de sus trabajadores, o un balance más favorable de las cuentas de la
Administración por la pérdida del grado de
educación o salud de sus administrados.
Cuando por todos los medios y
desde todas la instancias oficiales, nacionales o supranacionales, se repiten,
hasta la nausea, los mensajes de que vamos en la buena dirección, hay que ser conscientes que en
estos últimos años, la posible meta de la felicidad
o del simple bienestar se ha ido alejando, es decir que la dirección seguida es la contraria al logro
de esa meta. La vida de los ciudadanos y de las naciones no está determinada, se hace tomando
decisiones y las decisiones tomadas indican que nuestros dirigentes no parecen
saber hacia dónde nos impulsan, o lo que es peor
quizá si lo saben y nos intenta llevar
hacia unos valores determinados, no precisamente por voluntad democrática, teóricamente recogida en los
programas electorales que incumplen sin rubor moral.
Para Aranguren
el asunto estaba claro: Cualquier proyecto de vida, individual o
colectivo, se configura necesariamente en torno a unos ideales, o valores, que,
finalmente, o son éticos o están contra la ética. Mal estaría que nuestros dirigentes se equivoquen porque no conocen el motivo último que justifica su existencia,
peor que hagan lo que están haciendo
estos últimos años a sabiendas.
Fotos: Pedro Taracena
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