PASCUAL GUYOT/AFP
El atentado de las Ramblas parece idéntico a otras
matanzas perpetradas en Europa. Pero, visto con ojos de politólogo, y
con intención de sacar enseñanzas que trasciendan los tópicos, lo de
Barcelona presenta una característica que, sin ser del todo nueva, pone
de manifiesto, por la contundencia de sus cifras, el vuelco que se ha
producido en el mundo y su política, y lo equivocado que puede ser
gobernar el futuro sobre conceptos periclitados.
Me refiero a que
un atentado tan elemental como este, que apenas necesita preparación ni
recursos, produce víctimas -en solo tres minutos- de treinta y cuatro
nacionalidades. Y eso significa que, desde que el Estado se presentó en
la historia como una organización de poder autosuficiente y soberana,
hasta que una simple yincana de furgoneta obliga a arriar a media asta
treinta y cuatro banderas, hay palabras como nación, Estado, soberanía y
patria que solo son sombra de lo que fueron, que su uso está relegado a
arengas y nostalgias de contenido mediático, y que el bienestar de los
ciudadanos -que incluye su progreso y su seguridad- ya no depende de
reducciones y autoafirmaciones más o menos voluntaristas al Estado
soberano, sino de que el mundo sea globalmente gobernado, y de que no se
abran nuevas rendijas por donde entren en tromba los enemigos de la
modernidad.
El marchamo de necesidad que tenía el Estado del siglo
XV ya era una respuesta a un problema comparable al que tenemos hoy: la
grave fragmentación del poder feudal, que se mostraba incapaz de
gestionar los retos de progreso y cambio que traía el Renacimiento. Y
así se explica que el concepto clave de aquel momento fuese el de
Estado, como forma de organizar y ejercer el monopolio de poder que iba a
suceder a los poderes privativos del feudalismo, mientras que términos
como pueblo y nación quedaron relegados a la gestión y motivación,
tantas veces dramática, de los movimientos de masas. Seis siglos después
lo que hace crisis es la idea de Estado, que, salvo en los dudosos
casos de Rusia, Estados Unidos y China, cuya magnitud los hace todavía
operativos, están obligados a superarse en organizaciones
multinacionales (la Unión Europea), clubes de intereses (el G-20), y
acuerdos comerciales, militares y jurídicos de alcance variable, que
permiten a los Estados seguir fardando de una suficiencia de la que en
realidad carecen.
Una yincana de furgoneta arría de golpe treinta y
cuatro banderas. Un Estado fantasma, el autoproclamado Estado Islámico,
declara y sostiene una guerra mundial -muy sucia, pero muy mundial-
contra las primeras potencias del globo. Y la sola idea de cerrar
fronteras e ir por libre pone al mundo avanzado al borde del colapso.
Porque todo ha cambiado. Aunque nunca faltará quien diga que el mundo
alcanzó su perfección en el siglo XIII, y que, volviendo atrás, hacia el
viejo Estado, se puede llegar al futuro, navegando al revés. ¡Allá
ellos! Y ¡aquí nosotros!
Desde que el Estado se presentó en la historia como una
organización de poder autosuficiente y soberana, hasta que una simple
yincana de furgoneta obliga a arriar a media asta 34 banderas, hay
palabras como nación, Estado, soberanía y patria que solo son sombra de
lo que fueron.
LA VOZ DE GALICIA
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