Por Isidoro Gracia
Exdiputado
El
alejamiento ciudadano de los políticos solo se corregirá cuando el Parlamento
gane centralidad y el motor de la política sean ideas, en vez de la administración
del sistema cada vez más injusto.
En una
sesión de trabajo de la Asociación de ex parlamentarios de Cortes Generales,
llevada a cabo en el Parlamento Gallego, hemos avanzado en un trabajo de
realización de propuestas sobre cómo afrontar la situación de la política
española, en temas tales como lograr una mayor cercanía entre los
ciudadanos y sus representantes políticos y superar la grave sensación de
distanciamiento que hoy con frecuencia nos acompaña. Las posibles respuestas se
resumen en una: los diputados y senadores deben estar en condiciones
de servir a sus representados, incluso evitando o ignorando, en
situaciones concretas que choquen con la propia conciencia, los
condicionantes impuestos por las cúpulas de sus partidos.
Hay que decir
que algunas propuestas son de gran alcance, como se verá más adelante, pero que
la mayor importancia del tema viene en que en el texto nos estamos poniendo de
acuerdo ex parlamentarios del PP y del PSOE pero también de IU, del PNV y de
CIU.
Algún
ejemplo. El parlamentario deberá gozar de un mayor protagonismo en la vida
parlamentaria teniendo posibilidad de enmiendas y intervenciones personales
(ahora todo pasa por el Grupo Parlamentario), hay que plantearse la posibilidad
de elección más directa del parlamentario, mediante el desbloqueo de las listas
(hoy cerradas y bloqueadas), para que tanto en la elección como en su trabajo
posterior los ciudadanos puedan pronunciarse sobre la persona, y no solo sobre
las siglas. La obligatoriedad de aceptación a trámite de las Iniciativas
legislativas Populares, en las enmiendas y votaciones posteriores cada partido
y cada diputado se retratarán. El Poder legislativo, hoy mera correa
de transmisión del gobierno de turno, adquiriría centralidad y peso.
Incluso hay
acercamiento en posibles reformas de la Constitución, que permitieran que
pudiéramos seguir conviviendo desde centralistas jacobinos, hasta las opciones
soberanistas o independentistas, con la única condición que unos y otros no
confronten con la legalidad constitucional.
¿Cuántos
discursos de los actuales dirigentes tienen contenidos ideológicos, más allá
del análisis de hechos concretos, o de meras referencias personales?,
respuesta: pocos, y casi todos de los extremos más intransigentes. Por eso la
convivencia pacífica es cada vez difícil, por eso los extremos avanzan y las
ideas más próximas al ciudadano de a píe pierden terreno, a una idea se le
puede enfrentar otra idea y vencerla, nunca la vencerán los discurso
administrativos.
Por si
pudiera servir de orientación, una idea que triunfó, de Mao hacia los
dirigentes de su partido: Debemos ser modestos y prudentes, prevenirnos
contra el engreimiento y la soberbia, apoyarse en las masas populares y
servir de todo corazón al pueblo (en su caso al chino). Muchos de sus métodos
son rechazables, pero es difícil discutir que nos iría mejor si nuestros
políticos asumieran alguna de las ideas que predicó.
LOS REBAÑOS
ResponderEliminarLa imagen de manadas de ovejas errantes guiadas por el cayado de un pastor, con la ayuda de un perro de raza enseñado para encarrilar a cualquier oveja hacia su redil, me recuerdan a otros colectivos humanos que, pudiendo tener un comportamiento más racional, sin embargo, adoptan posturas igual de alineadas. Los colectivos que más se asemejan a los apriscos del ganado, son los partidos políticos. Militan en una ideología de carácter colectivo y así llegan al gran ágora, donde su militancia les hace perder el libre criterio personal. Así acuden al Congreso de los Diputados, catapultados por el voto de los ciudadanos. Pero allí pierden todo contacto con las demandas y expectativas del pueblo. Olvidan los compromisos contraídos en sus programas. Perdiendo su total individualidad al someterse a la disciplina de voto; convirtiendo el Parlamento en un erial donde pastan diferentes cabañas de ganado. Sólo se escucha el monótono zumbido de sus cencerros y esquilas. De esta forma los diferentes apriscos se convierten en graníticos bloques aritméticos, donde se votan las leyes sin que el diputado aporte las diversas sensibilidades que sin duda mantienen sus electores, variando según las circunstancias a lo largo de la legislatura. Como consecuencia de este divorcio entre el elegido y el elector, los ciudadanos salen a la calle para denunciar que el pacto que hicieron el día de las elecciones no es un cheque en blanco ni una patente de corso. Que las cosas cambian y que la sintonía se ha roto. Pero los diferentes rebaños siguen el callado del pastor y si alguna oveja pierde su docilidad o quizás alguna cabra tira al monte, es el perro del zagal quien le hace regresar al aprisco.
Esta situación se agrava cuando se recuerda que la ley electoral actual, está pensada para que la peligrosa izquierda integrada o cercana al Partido Comunista de España, no tuviera una representación parlamentaria lo suficientemente amplia como para desestabilizar las base franquista de la nueva democracia. En eras de una falacia producto de la Santa Transición, que garantizaría la gobernabilidad de España sin sobresaltos. No hace falta ser un politólogo como para analizar que nuestra democracia es manifiestamente mejorable y que los dos grandes partidos no están capacitados para corregir estos vicios que no son endémicos, sino que son sistémicos. Anteponiendo sus propios intereses a los intereses generales, Dos hitos ilustran estas afirmaciones: la reforma de la Constitución propiciada por los dos grandes partidos, a instancias de la Unión Europea, en contra de los intereses nacionales, y el pacto entre PP y PSOE que mutiló el principio de Justicia Universal consagrado en nuestra legislación, porque EEUU e Israel deseaban seguir impunes ante la acusación de delitos contra los derechos humanos.
Por si estas anomalías al servicio de los dos grandes apriscos, no fuera suficiente, es preciso acumular el estado de corrupción generalizado que ha podrido la vida política española. Donde no se libra ninguna institución del Estado, incluyendo la Corona. La declaración de emergencia nacional es una realidad oficiosa. La enmienda a la totalidad de la clase política se ha convertido en una necesidad y una acción de la justicia en una urgencia.