El Congreso de los diputados votó
¡No! a la investidura de Pedro Sánchez, rechazando
el pacto de PSOE y Ciudadanos. Es coherente que Pedro Sánchez intente dialogar
con las fuerzas de izquierdas sin el lastre del pacto de los socialistas y la nueva
derecha de Albert Rivera. Servir al mismo tiempo a dos señores con pretensiones
diferentes y en muchos casos contrarias, es ineficaz y no tiene visos de éxito.
Después de cuatro años de
gobierno franquista de extrema derecha y liberal conservador en lo económico,
no se puede abordar la formación de un gobierno de cambio bajo las pautas
pusilánimes de: Evitar la radicalidad, propiciar la moderación, buscar la centralidad,
denominar la acción como progresista si no lo es, y eludir injustificadamente
que Podemos entre en el gobierno porque es un partido extremista. Lo que menos
necesita España es un gobierno que se instale en la perversa centralidad.
Pedro Sánchez no tendrá más
remedio que tratar de igual a igual a quienes han llegado al Parlamento con casi
el mismo número de votos. Al margen de otros apoyos vengan
de donde vengan. No tiene ningún derecho en arrogarse la formación de un
gobierno monocolor y negar carteras a Podemos porque la ley electoral conceda
desproporcionalmente más diputados que votos. El Gobierno representa a los
ciudadanos, un ciudadano un voto, y en el Congreso de los Diputados está la representación
fraudulenta que el bipartidismo nunca quiso modificar, porque no deseaba renunciar
a la hegemonía cacique de los dos grandes partidos. No obstante y a pesar de este
fraude legal, la aritmética sí funciona y todo el mundo lo sabe.
Basta ya de decir que Podemos
vota con el PP y si no se hace lo que el PSOE dice, el responsable es Podemos.
Pablo Iglesia ha jugado fuerte
y la pelota sigue en el campo de Pedro Sánchez, a pesar de jugar en campo
contrario con toda la afición, es decir los medios, en su contra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario