Por Isidoro Gracia
Exdiputado
La respuesta al problema del siglo XXI con fórmulas medievales tiene su lógica
EL ESPEJISMO
Foto: Pedro Taracena
El capitalismo y su religión, la fe en el
dios mercado, está obteniendo respuesta en términos similares, fe en
otras religiones, teístas como el islamismo, o tribales, como los nacionalismos.
Los tres grandes instrumentos con los que
los dirigentes de todos los tiempos han controlado sus civilizaciones, e
intentado dominar a las vecinas, han sido: el comercio, la fuerza y la
religión. La mezcla adecuada de cada componente ha establecido la civilización triunfante
en cada momento y espacio geográfico.
En el momento actual el espacio geográfico es claro: el
mundo, está algo menos claro la jefatura de la civilización imperante:
el capitalismo, si bien existe un cierto consenso que la mayor parte del
poder se sitúa en USA.
Un ciudadano y pensador del imperio, Galbrait,
reflexionó y saco sus conclusiones, a mediados del siglo XX señaló que las grandes
corporaciones terminarían por desplazar a las pequeñas y a los
negocios de carácter familiar, y, como consecuencia, los modelos de
competencia perfecta no pueden ser aplicados en la economía. Que
la avaricia ejercida sobre el sector público ya contrastaba con la
opulencia del sector privado, lo que demostraba que un país con una economía en crecimiento,
no evita que en su interior existan grandes desigualdades sociales. Y
finalmente, que las grandes corporaciones dominan el conjunto de la economía, como resultado
de su gran crecimiento y el nivel de sus operaciones, que les
permite controlar sus mercados, y en consecuencia terminarían por dirigir el
imperio (solo se equivocó al identificar las corporaciones dominantes con las
productivas, en vez de las financieras).
Muchas de las personas pertenecientes a
las clases más desfavorecidas, incluso colectivos y pueblos enteros, sufren los
excesos de los que detentan el poder y viven en una situación, que el propio
Galbrait calificó como era de la incertidumbre. Incertidumbre no solo
en el bienestar de uno mismo y los más próximos, sino
incluso de la propia supervivencia. Perdida la posibilidad de respuesta del
recurso al comercio, incluso de la propia capacidad de trabajo, les resta para
responder a la opresión, el recurso a la violencia y la búsqueda de un
futuro mejor a través de los paraísos que prometen religiones
distintas, sean estas teístas (en este caso en otra vida,) o laicas, como los
nacionalismos (más inmediatos, siempre que sean los dirigentes de la
propia tribu quien pase al mando).
En esa situación, ayatolas,
rabinos, sacerdotes y líderes territoriales insisten en que la esperanza, que
permite superar el miedo a la incertidumbre, se transmite a través de
códigos como la moral, la raza, la pertenencia a un club de elegidos,
etc. en vez de a través de la ciencia y el conocimiento. Resultado: en pleno
siglo XXI muchos desencantados con el reparto de bienes, e incluso amplias
zonas del mundo, vuelven sus ojos a fórmulas de la era medieval. Al fin
y al cabo las diferencias entre algunos grandes especuladores y los dirigentes
absolutistas, que lo eran “por la gracia de Dios”, son difíciles de
encontrar.
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