lunes, 15 de septiembre de 2014

LOS MUERTOS

Por Pedro Taracena


NECRÓPOLIS DE MADRID

Foto: Pedro Taracena

La sociedad mantiene una tradición entre macabra e hipócrita y cuando una persona muere, toda su vida se convierte en ejemplar y la muerte en sí le hace bueno. En no pocos casos hasta digno de veneración. Se considera de mal gusto y oportunista el hacer cualquier crítica, no del finado, sino del vivo cuando aún permanecía en este mundo. Los recientes óbitos de personas influyentes, que no importantes cualitativamente hablando, así como los que han tenido lugar con anterioridad, nos dan testimonio de esta premisa. Resulta esperpéntico cómo cada cual cuenta la feria como le va en ella. El poder económico y sus secuaces, han abierto una causa de beatificación y canonización. Para ello han presentado a favor del postulante todas las pruebas que le catapultan directamente a los alteres: aras de la patria, panteón honorífico de hombres ilustres y acreedores de la marca España. Por otro lado aquellos que han sido víctimas a título individual o de forma colectiva, se constituyen en abogado del diablo. A éstos no les ha ido también en la feria como a los primeros, aunque este planteamiento esté considerado como demagogia y populismo (*).

La muerte no modifica el estatus de una persona por importante que se le considere. Por sus frutos les conoceréis, que dirían los versados bíblicos. No obstante, todos los muertos tiene el mismo derecho a recibir el mismo duelo, al margen de las pompas fúnebres que el dinero les permita ostentar. La dignidad de la persona es común a todos, y las condolencias a sus familiares, nada tienen que ver con la crítica que se haga de su conducta en vida a partir del momento de su desaparición. La crítica es saludable y democrática hasta para los muertos y una forma de honrar su memoria. Sobre todo para las mujeres y los hombres que hayan desempeñado una vida pública. La muerte deja intacta la obra del que desaparece.

Cada cual deja al morir una estela de claros y oscuros que lejos de desaparecer se puede y se debe esclarecer. Un magnate de las finanzas o de la actividad empresarial, en su ascenso hacia la cumbre de su éxito; haciéndose a sí mismo como se suele afirmar, deja a su paso un evidente rastro de su lema no escrito ni declarado que implica, la explotación del hombre por el hombre. Aunque esto sea populismo (*) y demagogia. Encubriendo con una legalidad impecable, se puede explotar y reprimir al trabajador hasta con una sonrisa en los labios. La reforma laboral del Gobierno le hace cómplice de esta palpable injusticia legal. Con los horarios legales, se puede llegar a la esclavitud que parecía imposible. Con sindicatos amarillos dominados por los patronos que aparentemente luchan por los intereses de los trabajadores. Los Sindicatos Amarillos, sin embargo, son controlados o financiados por la propia dirección de la empresa. Raras veces estos gigantes se dejan ver por la Magistratura del Trabajo… Los mandos intermedios se convierten en capataces aunque sin látigo. Hasta los propios sindicatos de clase no se atreven a denunciar en aras de la seguridad en el empleo.

El poder y sus voceros debían de ser más discretos en torno a estos óbitos, porque sus alabanzas pueden herir la sensibilidad de sus víctimas.


(*) Populismo no lo recoge la Real Academia Española


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