Por Pedro Taracena
Mientras que la República Española no sea reconocida como régimen legítimo expresión del Estado de Derecho, la reconciliación nacional no será posible. Es injusto que Felipe VI sea coronado como legítimo Jede del Estado constitucional, cuando su abuelo Don Juan, Conde Barcelona, fue arte y parte del golpe de estado militar, de la guerra civil y su padre el Rey Juan Carlos recuperó la Corona como legado y testamento del Caudillo cuya legitimidad le venía dada por la Gracia de Dios. Ese testamento se hizo realidad por el pacto perverso que los franquistas impusieron a los que no lo fueron nunca. La mal llamada "modélica" Transición traicionó a la República y dejó impune a los crímenes de lesa humanidad. La Casta nacida el memorable 18 de Julio de 1936, es la que ha marcado la hoja de ruta hasta nuestro días. Los medios de comunicación han estado al servicio de la tiranía. Lo demás es consenso para ahogar la verdad...
El periodismo en general se mueve en el
difícil equilibrio entre el derecho a la información y la libertad de expresión. Que es tanto como decir entre la verdad y la
mentira, ésta envuelta en imprecisiones o mutilaciones de la realidad.
Todos los medios de comunicación se arrogan el sobrenombre implícito o explícito de independientes. Independientes de qué o de quién. La línea editorial de un medio en principio no renuncia a
tener una vocación exclusiva y
excluyente de la noticia, que le hace sentirse único. Eso no quiere decir que tenga el patrimonio de la verdad y que
responda fehaciente al derecho a la información de los ciudadanos.
Los directores, redactores, periodistas, analistas,
corresponsales, tertulianos y en general todos los profesionales que hacen los
medios gráficos y
audiovisuales, tienen como objetivo satisfacer el derecho a la información del pueblo. Una información veraz, completa y actualizada. También son
ciudadanos con una ideología política que tan solo tiene los límites que establece la Constitución. No obstante todos los medios públicos o privados tienen un dueño, una empresa un grupo editorial o el propio Estado.
Llegado a este punto conjugar el derecho a la información a través de la transparencia exigida que vislumbre la verdad y los intereses políticos y económicos del titular del medio, es ardua tarea. Si en este punto la falta
de concordancia entre la teoría y la práctica, delatara
que esto no fuera verdad, ahora no estaríamos hablando de La Casta. Es evidente que el uso de este vocablo es
peyorativo, desfavorable… Los medios de comunicación en la medida que se apartan de sus fines democráticos, éticos y morales, se constituyen en casta, en grupo de presión o en lobby de otra casta. Se ha dicho que la información es poder y se puede añadir que la desinformación es subdesarrollo y falta de democracia.
Para establecer las desviaciones de los
medios de lo establecido en sus idearios éticos, el ciudadano tiene dos herramientas
a su disposición: El grado de
corporativismo existente donde la crítica y la autocrítica están inéditas como norma de conducta, y la identificación y dependencia que los periodistas y tertulianos
tienen de quien les paga, les protegen o les promocionan. Las tertulias en los
medios se convierten en variaciones del mismo tema. Los políticos llamados a debate, se encuentran con otros
tertulianos que defienden los mismos valores que se debate en el Congreso de
los Diputados. El periodista no lleva a la tertulia la opinión de la calle, lleva la propia valoración que su redacción le ha indicado, convirtiendo el debate en una tediosa copia del
espectro parlamentario.
Solamente cuando el moderador de un
debate lleva a alguien verdaderamente conocedor de la materia tratada, es
cuando el debate se anima y el
espectador u oyente, se ve identificado con el ponente. La Casta utiliza
desde hace muchos años términos,
expresiones y tópicos para
justificar el pensamiento único dictado por
la Transición. Pero las Redes
Sociales se han encargado de reorientar el rancio, caduco y casposo periodismo.
Si las facultades y escuelas de periodismo no evolucionan, están estafando a los futuros profesionales de la
información. El periodismo basado en el titular que cuando se da
ya está caducado, en las exclusivas y primicias, que ya han
sido captadas por la persona que más cerca estaba con un móvil, sólo creará frustración en los futuros periodistas. El periodista que no lleve a las
redacciones, tertulias y debates, el sentir de la calle, es un periodismo
fallido. O es un periodista lacayo del poder de turno. Los hay que sin ningún disimulo se presentan como auténticos voceros del
poder. Periodistas que han defendido al poder a sueldo y cuando les han echado
a la calle, lejos de reclamar se han visto recompensados con aquellas palabras
clásicas de: Roma
no paga traidores.
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