Por Isidoro Gracia
Exdiputado
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En política, ¿Puede haber violencia
legítima? ¿De qué tipo y especie?
GUERNICA
PABLO PICASSO
Bosque de Zilberti
La historia ha demostrado que en ocasiones la violencia ha
sido necesaria. En pleno siglo XXI hay más que indicios de su necesidad.
Los motores
Aún cuando este complejo tema surge de forma recurrente,
impulsado por unas circunstancias muy concretas, la teoría política
contemporánea tiene dificultades para separar los hechos que la hacen
necesaria, del Derecho que intenta evitarla o al menos moderarla. Los dos
principales motores de la violencia han sido las religiones y el acceso y
control de los recursos, es corriente que los impulsores y
dirigentes (no siempre son los mismos) utilicen una mezcla de ambos componentes
en función de la sensibilidad de los actores que se manipulan y usan como meros
peones en el campo de batalla. Intentaré analizar solo dos de las muchas
circunstancias de actualidad: El intento de imponer un califato y la
aceleración de la desigualdad hasta extremos inaceptables.
Respecto al primer tema, ni siquiera hay que acudir a un
Maquiavelo que distingue entre una violencia reparadora, positiva y necesaria y
renunciar a ella lo califica de insensatez, y una violencia
destructora. No, las justificaciones históricas que han tenido una raíz
religiosa, en Eurasia incluso tienen símbolos: la cruz y la media luna.
Las justificaciones se encuentran con facilidad en
algunos filósofos cristianos, en especial cuando monjes y
otros religiosos se escandalizan por la depravación de algunos gobernantes,
llegan incluso a convertir en tirano al dirigente que gobierna “por la gracia
de Dios”, generando una autentica contradicción de difícil
superación racional. Un ejemplo, Santo Tomás sostiene “Cuando la tiranía
es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar
al tirano”. O, el jesuita Juan de Mariana que cree
de justicia asesinar al tirano que expropie injustamente y no
se sujete a la “Ley Moral” (El rey y la institución real,
1598). Pero pueden encontrase ejemplos tan próximos como de los años 50 y 60
del pasado siglo, en la obra del Opus Dei, Camino, que sostiene que hay que
“amar la guerra” y que “la santa intransigencia” es un instrumento de uso
obligado. Pero, en relación al problema que analizamos, desde hace
algún lustro, en especial desde la llegada al papado del primer jesuita, no
solo no se ha identificado a ningún tirano al que hacer sujeto de
justicia, sino que por el contrario el esfuerzo se dirige a ser un
factor de equilibrio y paz, incluso para sus antiguos enemigos.
Es difícil encontrar justificaciones claras en
las fuentes clásicas musulmanas, ya que la guerra santa no es un precepto,
por lo que ningún musulmán está obligado a participar de la acción militar. De
hecho el Corán, libro sagrado de los musulmanes, no obliga, aun
cuando sí anima, a los fieles a luchar contra los enemigos para
defender la religión que se profesa, en especial si es como respuesta a una
previa agresión. Por lo que la yihad de tipo terrorista que practica el E.I.
debe tener alguna otra justificación, que inmediatamente encontramos en el otro
componente: el del control de los recursos (las reservas de hidrocarburos).
Teniendo en cuenta que aún cuando en boca de sus dirigentes el malvado tirano
siempre es USA y por extensión Occidente, lo cierto es que la inmensa mayor
parte de sus víctimas son correligionarios musulmanes.
Conclusión: la posible respuesta política solo puede ser
útil si se acompaña del uso de una fuerza militar, que supere la que el E. I.
utiliza, principalmente contra sus hermanos. En este caso el aserto de
Maquiavelo que renunciar a la violencia reparadora es una insensatez
adquiere todo su valor y vigencia.
La desigualdad extrema siempre ha generado violencia
extrema, de los esclavos contra sus amos para emanciparse, de los siervos
contra los señores, que les explotaban hasta el límite de la supervivencia para
arrancar y consolidar derechos y libertades. La última crisis tiene arranque y
justificación, primero en la superación del límite de desigualdad que el
sistema global es capaz de digerir, pero segundo, y una vez superado el primer
temor, los principales responsables que la desataron continúan ahondando y
ampliando la desigualdad, hasta unos límites que hacen inevitable la reacción
violenta de las víctimas, tan pronto tomen conciencia colectiva del proceso.
Ocurre, sin embargo, que la historia ha venido sustituyendo
el derecho/deber del tiranicidio de convicción religiosa por otra doctrina,
también compleja y difícil, pero más fácil de racionalizar a la que algunos
teóricos llaman el “derecho de resistencia”. El derecho de resistencia de los
ciudadanos al poder despótico se identifica con los alicerces (cimientos) de la
Revolución Francesa y los procesos de independencia americanos. Incluso alguna
constitución democrática reconoce expresamente ese derecho (Ley Fundamental de
la Republica Federal de Alemania 1949). Por lo que una vez reconocida la
licitud de una oposición activa al poder, poder que obligará a una resistencia
violenta (por la buenas los que lo detentan no lo van a ceder), lo que queda
por dilucidar es el carácter de los medios a utilizar, para que continúe siendo
lícito su uso.
En Democracia el monopolio de la violencia se cede por los
ciudadanos a los dirigentes elegidos y se ejerce en el respeto a unas formas
determinadas. Lo lícito es que los ciudadanos impulsen una legislación, que
puede ser todo lo dura que la relación de fuerzas de cada momento
permita.
Por ejemplo, los estados europeos (mejor el conjunto de la
U.E.) en uso de su soberanía van a tener que establecer en sus
códigos penales como delictivo cualquier tipo de relación económica con los
paraísos fiscales, ya que la experiencia demuestra que la totalidad de las personas
físicas y jurídicas que las tienen lo hacen para la evasión fiscal. El que los
dirigentes de las 35 empresas del IBEX español o las 40 del CAC francés,
etc., hoy incurrirían en delito, es más que relevante de hasta donde ha llegado
la necesidad de defensa activa por los ciudadanos de a píe.
La famosa tasa Tobin no deja de ser un sucedáneo demasiado
modesto e insuficiente, a pesar de lo cual la dificultad para que prospere
demuestra lo inevitable de medidas mucho más duras si los ciudadanos quieren sobrevivir,
alejándose de la nueva servidumbre que les expulsa del bienestar al que tienen
derecho.
El radical control e incluso la prohibición de un
instrumento, aparentemente inocuo, pero que tiene en su haber más muertes por
hambre que el conjunto de las guerras hoy activas, como los mercados de futuro
de alimentos, la presencia pública en sectores estratégicos de
la economía: energético, transporte, alimentario, comunicaciones y nuevas
tecnología, etc. continuarían la lista de las batalla a ganar, en un terreno
que han convertido en tan religioso como el Islam, los adoradores del dios
mercado.
Si en esas batallas es lícito el uso de una violencia
política legitimada por Leyes democráticas.
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