viernes, 20 de marzo de 2015

¿VIOLENCIA LEGÍTIMA?


Por Isidoro Gracia
Exdiputado
En política, ¿Puede haber violencia legítima? ¿De qué tipo y especie?


GUERNICA 
PABLO PICASSO

Bosque de Zilberti

La historia ha demostrado que en ocasiones la violencia ha sido necesaria. En pleno siglo XXI hay más que indicios de su necesidad.

Los motores

Aún cuando este complejo tema surge de forma recurrente, impulsado por  unas circunstancias muy concretas, la teoría política contemporánea tiene dificultades para separar los hechos que la hacen necesaria, del Derecho que intenta evitarla o al menos moderarla. Los dos principales motores de la violencia han sido las religiones y el acceso y control de los recursos, es corriente que los impulsores  y dirigentes (no siempre son los mismos) utilicen una mezcla de ambos componentes en función de la sensibilidad de los actores que se manipulan y usan como meros peones en el campo de batalla. Intentaré analizar solo dos de las muchas circunstancias de actualidad: El intento de imponer un califato y la aceleración de la desigualdad hasta extremos inaceptables.

La raíz religiosa.




Respecto al primer tema, ni siquiera hay que acudir a un Maquiavelo que distingue entre una violencia reparadora, positiva y necesaria y renunciar a ella lo califica de insensatez,  y una violencia destructora. No, las justificaciones históricas que han tenido una raíz religiosa, en Eurasia incluso tienen símbolos: la cruz y la media luna.
Las justificaciones se encuentran con facilidad en algunos  filósofos  cristianos, en especial cuando monjes y otros religiosos se escandalizan por la depravación de algunos gobernantes, llegan incluso a convertir en tirano al dirigente que gobierna “por la gracia de Dios”,  generando una autentica contradicción de difícil superación racional. Un ejemplo, Santo Tomás sostiene “Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano”.   O, el jesuita Juan de  Mariana que cree de justicia asesinar al tirano que expropie injustamente y no se  sujete a  la “Ley Moral” (El rey y la institución real, 1598). Pero pueden encontrase ejemplos tan próximos como de los años 50 y 60 del pasado siglo, en la obra del Opus Dei, Camino, que sostiene que hay que “amar la guerra” y que “la santa intransigencia” es un instrumento de uso obligado.  Pero, en relación al problema que analizamos, desde hace algún lustro, en especial desde la llegada al papado del primer jesuita, no solo no se ha identificado a ningún tirano al que hacer sujeto de justicia,  sino que por el contrario el esfuerzo se dirige a ser un factor de equilibrio y paz, incluso para sus antiguos enemigos.
Es difícil encontrar  justificaciones claras en las fuentes clásicas musulmanas, ya que la guerra santa no es un precepto, por lo que ningún musulmán está obligado a participar de la acción militar. De hecho el Corán, libro sagrado de los musulmanes, no obliga, aun cuando  sí anima, a los fieles a luchar contra los enemigos para defender la religión que se profesa, en especial si es como respuesta a una previa agresión. Por lo que la yihad de tipo terrorista que practica el E.I. debe tener alguna otra justificación, que inmediatamente encontramos en el otro componente: el del control de los recursos (las reservas de hidrocarburos). Teniendo en cuenta que aún cuando en boca de sus dirigentes el malvado tirano siempre es USA y por extensión Occidente, lo cierto es que la inmensa mayor parte de sus víctimas son correligionarios musulmanes.
Conclusión: la posible respuesta política solo puede ser útil si se acompaña del uso de una fuerza militar, que supere la que el E. I. utiliza, principalmente contra sus hermanos. En este caso el aserto de Maquiavelo  que renunciar a la violencia reparadora es una insensatez adquiere todo su valor y vigencia.

La raíz de la desigualdad.




La desigualdad extrema siempre ha generado violencia extrema, de los esclavos contra sus amos para emanciparse, de los siervos contra los señores, que les explotaban hasta el límite de la supervivencia para arrancar y consolidar derechos y libertades. La última crisis tiene arranque y justificación, primero en la superación del límite de desigualdad que el sistema global es capaz de digerir, pero segundo, y una vez superado el primer temor, los principales responsables que la desataron continúan ahondando y ampliando la desigualdad, hasta unos límites que hacen inevitable la reacción violenta de las víctimas, tan pronto tomen conciencia colectiva del proceso.
Ocurre, sin embargo, que la historia ha venido sustituyendo el derecho/deber del tiranicidio de convicción religiosa por otra doctrina, también compleja y difícil, pero más fácil de racionalizar a la que algunos teóricos llaman el “derecho de resistencia”. El derecho de resistencia de los ciudadanos al poder despótico se identifica con los alicerces (cimientos) de la Revolución Francesa y los procesos de independencia americanos. Incluso alguna constitución democrática reconoce expresamente ese derecho (Ley Fundamental de la Republica Federal de Alemania 1949). Por lo que una vez reconocida la licitud de una oposición activa al poder, poder que obligará a una resistencia violenta (por la buenas los que lo detentan no lo van a ceder), lo que queda por dilucidar es el carácter de los medios a utilizar, para que continúe siendo lícito su uso.
En Democracia el monopolio de la violencia se cede por los ciudadanos a los dirigentes elegidos y se ejerce en el respeto a unas formas determinadas. Lo lícito es que los ciudadanos impulsen una legislación, que puede ser todo lo dura que la relación de fuerzas de cada  momento permita.
Por ejemplo, los estados europeos (mejor el conjunto de la U.E.) en uso de su soberanía van a  tener que establecer en sus códigos penales como delictivo cualquier tipo de relación económica con los paraísos fiscales, ya que la experiencia demuestra que la totalidad de las personas físicas y jurídicas que las tienen lo hacen para la evasión fiscal. El que los dirigentes de las 35 empresas del IBEX español o las 40 del CAC francés, etc., hoy incurrirían en delito, es más que relevante de hasta donde ha llegado la necesidad de defensa activa por los ciudadanos de a píe.
La famosa tasa Tobin no deja de ser un sucedáneo demasiado modesto e insuficiente, a pesar de lo cual la dificultad para que prospere demuestra lo inevitable de medidas mucho más duras si los ciudadanos quieren sobrevivir, alejándose de la nueva servidumbre que les expulsa del bienestar al que tienen derecho.
El radical control e incluso la prohibición de un instrumento, aparentemente inocuo, pero que tiene en su haber más muertes por hambre que el conjunto de las guerras hoy activas, como los mercados de futuro de alimentos, la presencia pública en  sectores estratégicos de la economía: energético, transporte, alimentario, comunicaciones y nuevas tecnología, etc. continuarían la lista de las batalla a ganar, en un terreno que han convertido en tan religioso como el Islam, los adoradores del dios mercado.
Si en esas batallas es lícito el uso de una violencia política legitimada por Leyes democráticas.


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