miércoles, 26 de octubre de 2016

PATOLOGÍA DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA

David Ortega es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.
HEMEROTECA DE “EL MUNDO”

TRIBUNA
  
La poca propensión a los acuerdos, el exceso de corrupción, el peso del nacionalismo y el inmovilismo en la reforma constitucional son los principales males que lastran la actividad política en nuestro país.



ARNAL BALLESTER

Patologías de la política española

19/10/2016
No sólo los individuos pueden tener funcionamientos anómalos o incluso patológicos, también las conductas colectivas pueden verse caracterizadas por determinadas prácticas o realidades algo enfermizas. Al igual que es bueno en las personas detectar las enfermedades para poder superarlas, puede resultar de interés señalar o diagnosticar los males que padece nuestra realidad o praxis política.
De entrada, es útil recordar las patologías clásicas de nuestra vida política, que durante más de dos siglos nos han hecho sufrir bastante. En primer lugar, la excesiva presencia o intervención de los militares en política, ésta ha sido una patología que ha marcado la política española durante dos siglos. Sin embargo, y esta es la buena noticia, es una patología que hemos logrado identificar y superar. Así, hoy la institución militar es una de las mejor valoradas por los españoles, según indican desde hace bastantes años las encuestas del CIS.
Por tanto, la moraleja es que las patologías se pueden curar. Basta, como siempre, con un buen diagnóstico y un acertado tratamiento. Igualmente ha sucedido con las tensiones generadas entre la Iglesia católica y la vida política española. Han sido también dos siglos de encuentros y desencuentros. No obstante, también hoy la Iglesia católica no es un problema o disfuncionalidad de nuestra vida política: la Iglesia se dedica al cuidado de las almas, que falta hace y la política a nuestra vida en comunidad. Aquí también hemos progresado.
Sin embargo, hay otras patologías que todavía no hemos afrontado ni superado, siendo el primer paso necesario identificarlas. Al menos, señalaría cuatro. En primer lugar nuestra patología más clásica, que parecía algo mitigada, pero que ha reaparecido con fuerza: nuestra poca propensión al acuerdo y al entendimiento en cuestiones de interés general -políticas de Estado-. Hay un exceso de políticas de bloqueo y una marcada carencia de las vitales políticas de "tender puentes" en los grandes temas (política territorial, independencia judicial, lucha contra la corrupción, gestión eficaz de la Administración Pública, limitar la partitocracia y profundizar en la democracia, etc.). Ha sido ésta una característica enquistada en demasiados momentos de nuestra vida política. La mayor patología de la política es no saber tratar la discrepancia, no gestionar el conflicto. La vida, especialmente la política, es conflicto y hay que saber convivir con él. Igualmente, la convivencia humana -y también la política- es cesión, teniendo la habilidad o sabiendo hallar -o en su caso crear- los necesarios puntos de encuentro. La mayor parte de los proyectos políticos importantes -Unión Europea, Transición política española, por poner dos ejemplos- nacen de la cesión y del diálogo responsable y comprometido. Es importante recordar que en política el diálogo no es una elección, es una de las principales, sino la principal, obligación del buen político. Tal vez entre alguno de nuestros políticos hay un exceso de soberbia, de ego y personalismo, mientras sufrimos cierta carencia de responsabilidad y de la imprescindible humildad y vocación de servicio público, esencial para toda política, especialmente, para las políticas de Estado.
Una segunda patología preocupante de nuestra vida política es el exceso de corrupción. En contraste con nuestro entorno europeo, no son normales ni aceptables los niveles de corrupción que, de una forma u otra, invaden a la mayor parte de los partidos políticos, especialmente al PP y al PSOE, sin olvidar a la antigua CiU. Basta con ver los numerosos casos de corrupción y lo que éstos cuestan a las arcas del Estado, es decir, a todos los españolitos de a pie. Es ésta, una patología más que preocupante. Es la picaresca española en su peor versión, es el engaño de Rinconete y Cortadillo -la mafia del siglo XVII-, es el Buscón buscavidas, las trampas del Lazarillo de Tormes, pero en política y en puestos de poder. Esta patología sólo se cura con dos instrumentos: transparencia y cultura cívica, además, como siempre, del respeto a la ley. Aquí todos tenemos mucho que trabajar y con gran perseverancia.
La tercera patología, también clásica y aún no superada en España, es el nacionalismo como principio esencial de determinadas políticas. Puedo entender un nacionalismo moderado y respetuoso con el Estado de Derecho, pero no el nacionalismo que es la causa primera de todo, que todo lo justifica y ante el que todo tiene que ceder. El nacionalismo totalitario que está por encima de la ley me parece una patología muy preocupante. Siempre he defendido que fuera del Estado de Derecho hace mucho frío... Cuidado con los que se ponen por encima de la ley, la historia ya nos ha enseñado que sin ley no hay convivencia cívica posible. Lamentablemente, en la cuestión del nacionalismo no estamos yendo a mejor y se está empezando a convertir, en estos últimos años, en una auténtica patología de nuestra vida y convivencia política.
Por último, nos resta por apuntar otra importante patología de fondo de nuestro sistema político y constitucional: la materia de la reforma constitucional. En este tema realmente nos pasa algo raro. Somos un caso prácticamente único en el planeta. No es normal que en casi cuatro décadas de vida de la Constitución de 1978 no se haya reformado prácticamente nunca. Es un caso insólito. Y las dos únicas veces que se ha reformado -artículo 13.2 en 1992 y art. 135 en 2011- fue por imposición de la Unión Europea, no por propia voluntad o iniciativa. La reforma constitucional es una necesidad para mantener vivo y actualizado el propio texto constitucional; petrificarlo es en alguna medida condenarlo. Todas las constituciones de una u otra forma se actualizan, progresan, se adaptan y revisan para estar a la altura de los nuevos tiempos.
Tal vez esta patología de no ser capaces de actualizar nuestra Norma de convivencia a los nuevos tiempos y a la sociedad española del 2016 -muy diferente a la de 1978- esté relacionada con alguna de las otras patologías apuntadas: la falta de capacidad para lograr acuerdos y el problema del nacionalismo.
Es muy sano en la vida identificar las deficiencias, reconocer los defectos. Siempre es el primer paso para el progreso. El segundo, lógicamente, es buscar los adecuados, los instrumentos y los procedimientos para solucionar, o al menos paliar, esas deficiencias. La política española debe seguir madurando y para ello es fundamental, de una u otra manera, encarar con inteligencia y decisión las claras patologías que entiendo afectan a lo más importante de nuestra vida colectiva.
Termino. Los tiempos de cambio siempre son una buena oportunidad. Hoy nuestra coyuntura política de gobernabilidad precisa de varios protagonistas (al menos tres). Es, pues, momento propicio para tomar decisiones importantes y poner las bases sólidas para una verdadera nueva política.

http://www.elmundo.es/opinion/2016/10/19/5806602922601dc1368b4652.html

 COMENTARIO:

Por Pedro Taracena Gil



Campus de la Universidad Rey Juan Carlos de Vivalvaro
Foto: Pedro Taracena


Efectivamente el catedrático David Ortega hace un diagnóstico minucioso de las Patologías de la política española. Este tema de rabiosa actualidad, es abordado  con el rigor científico preciso, pero marcando unas pautas muy razonadas y asequibles para el lector de un periódico o para el internauta. De estas patologías de nuestro país, el doctor Ortega hace un análisis del aquí y ahora de la política española. En términos fotográficos lo está mirando a través de un teleobjetivo, es decir, que se ciñe a la problemática nueva donde los resultados electorales del 20-D y 26-J, han roto la dinámica anterior. Donde todo estaba en manos del legendario bipartidismo.
No obstante como lector de su magnífico artículo y habiendo nacido a principio de los años cuarenta, la experiencia vivida me hace contemplar esta problemática, sin abandonar el lenguaje fotográfico, con un objetivo gran angular. No por capricho sino porque los debates, las discrepancias, las posturas ideológicas,  sus orígenes y raíces, no son de ahora, ni del siglo XXI, son del siglo pasado. Y esto sucede porque después de la Transición y con la Constitución de 1978 en vigor, no pocas cuestiones están aún sin resolver.
Es evidente que la Carta Magna se escribió bajo la amenaza de involución, aunque no evitó la intentona golpista del 23-F. El texto constitucional se escribió bajo la tutela de la oligarquía franquista, el Ejército y la Iglesia. Pero la transición legal terminó con la dimisión de Adolfo Suárez, y a partir de la mayoría absoluta de Felipe González hasta nuestros días, algunas o muchas reformas habrían sido posible. Para abordar las Patologías de la política española, es preciso antes alcanzar la reconciliación de los españoles. El enfrentamiento fratricida provocado por el golpe militar de Franco, no ha quedado saldado habiendo dejado impune el genocidio franquista. Estas circunstancias que no tienen parangón en el mundo civilizado, enfrentan a los españoles y subyace en todos los debates políticos.
¿Qué impide que se reforme la Constitución de 1978 para reconocer que el Estado Español, es una nación de naciones? Pues la respuesta está en el testamento de Franco, que dejaba atado y bien atado que ESPAÑA ES UNA GRANDE Y LIBRE. Los Padres de la Constitución encorsetaron a su antojo, el concepto nación y el concepto estado, así como que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española.
El Movimiento 15-M ya nadie puede negar que haya llegado para quedarse. El Gobierno de Rajoy, lejos de aceptar que está en minoría, no tiene intenciones de renunciar a las políticas emanadas de su mayoría absoluta, que confundió con el poder absolutista.  El PSOE añora el bipartidismo y quizás caiga en la tentación de apoyar a Rajoy para obedecer a Europa, y renuncie a las opciones situadas a su izquierda, como siempre.
Existe un enfrentamiento político, social e incluso religioso, con las tres categorías que hemos creado en España, a la hora de establecer el estatuto de víctima de la violencia. Las víctimas del genocidio franquista, las víctimas de terrorismo de ETA y las víctimas del terrorismo de Estado de los GAL.
Estas patologías quizás hayan sido fáciles de diagnosticar con la sapiencia del autor del artículo, pero su origen nada tiene que ver con las cualidades de nuestros políticos para pactar.  La Constitución fue escrita impregnando inmovilismo y continuismo. La situación se hace más hostil cuando en la calle lejos de haber unanimidad, cada vez se cuestionan más los símbolos de unidad constitucional. Dos formas de estado. Dos banderas. Dos himnos y varias naciones.  La unidad se percibe, más como imposición que como concordia. Si no hay reconciliación, jamás habrá pactos y mucho menos convivencia democrática y solidaria.
La unidad de España es una quimera desde antaño. Lo que legalmente se denomina unidad nacional, no está soportada en ninguna legitimidad popular. La realidad nos dice que hay dos Españas y además no diferentes sino enfrentadas. La España triunfante e invicta y la España vencida. La España verdugo de la dictadura y la España víctima. La España colaboracionista con la Transición y la España resistente al franquismo residual pero muy activo. La España de la República y la España de la Monarquía post-franquista. La España social de derechas (Sin atisbo de condena del franquismo) y la España de izquierdas, progresista y reivindicativa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La España de la única nación indisoluble y la España del Estado Nación de Naciones. Mi experiencia personal después de haber convivido en Catalunya de 1973 a 1979, me dice que la visión que de Catalunya se tiene desde Madrid, está viciada desde hace muchos años. Mi hija es catalana de nacimiento.  La ignorancia y la perversa intención del centralismo han sido los causantes de que el problema catalán haya descarrilado.
De todas formas el artículo de David Ortega es una lección magistral.



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