Los indignados somos cada vez más y hablamos cada vez más alto. La situación a la cual nos han llevado los dueños del dinero y los políticos sumisos a la explotación del hombre por el hombre, es un callejón sin salida, y lo que es más grave, quieren seguir construyendo el edificio de su economía con los cascotes de la especulación, la usura y la injusticia.
Las cartas están boca arriba y hay que retirarles la máscara de la hipocresía. El consenso entre los franquistas y los partidos clandestinos durante la dictadura, alcanzaron un pacto constitucional. No obstante, aunque la letra de la Constitución es clara, su espíritu ha sido prostituido. Los unos, los franquistas, lejos de condenar al franquismo, han fosilizado la constitución para que todo siga “atado y bien atado”. Y los otros, los demócratas han traicionado al pueblo; negándoles los derechos constitucionales: vivienda, trabajo, educación…
Lejos de ser modélica la transición española, de la dictadura a la democracia, ha resultado un fraude. Los franquistas, falsos conversos a la democracia, gozan de buena salud en los poderes del estado y en todas las instituciones públicas. Y los teóricamente demócratas están cediendo ante la Iglesia y los neoliberales. Ahora la derecha, es decir los franquistas, han alcanzado el mayor poder autonómico de su historia. ¡Un partido que no ha condenado y jamás condenará la dictadura genocida! Las dos Españas están más vivas que nuca. Lejos de conseguir la reconciliación entre los españoles, estamos más divididos que nunca. Frente a los franquistas se ha alzado la voz tímida de la Memoria Histórica. Y tenemos al juez Garzón procesado porque quiso que los crímenes del franquismo no quedaran impunes.
Hay que seguir manifestando y gritando nuestra indignación; a pesar de que no le guste a Esperanza Aguirre, a la agrupación de comerciantes de la Puerta del Sol, al gobierno de la Generalitat, o al Congreso de los Diputados. La indignación no es exclusiva de la juventud, porque la dignidad patrimonio es patrimonio del hombre. En España y Europa está en juego la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
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