miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA CONVERSIÓN DE RAJOY

El nuevo y poderoso presidente del Gobierno Mariano Rajoy ha sufrido como Saulo de Tarso, su conversión. Ha caído del caballo de la crispación como estrategia y ahora ha sembrado la mansedumbre en sus huestes en cuestión de horas. El debate de su investidura ha sido una balsa de aceite, sólo alterada cuando levantó la voz al líder de Amaiur increpándole: “A usted no le debo absolutamente nada”. También el portavoz del grupo popular exigió al grupo abertzale la desaparición de ETA, cargado de razón y haciendo una justa defensa de las víctimas del terrorismo. Siguiendo con las cuatro teologales, nuevas virtudes de Don Mariano, ha jurado su cargo ante un crucifijo, con la mano izquierda en la biblia y la derecha, como debe ser, sobre la Constitución. Como Dios manda y con sentido común, sus valores de siempre. He aquí la fotografía y el titular del momento: La alianza trono altar y el maridaje Iglesia Estado unidos por el heredero dinástico del franquismo. No hay ninguna duda que el espíritu del nacionalcatolicismo, ha estado presente ante el Rey. Todos son herederos del poderoso dictador y hacedor de reyes, el general Franco, y de sus partidarios y seguidores: Juan Carlos I, Fraga, Aznar y Rajoy. Y volviendo al portavoz del PP que sin piedad estaba tirando la primera piedra sobre los abertzles y ETA, hay que recordarle que con la misma energía que pedía la condena y desaparición de los terroristas, las víctimas del franquismo estamos reclamando la condena del golpe de estado que se perpetró contra la legitimidad de la República y la dictadura franquista. La Constitución no puede servir de ley de punto final para encubrir la impunidad de los crímenes del franquismo. Si el Rey y el Partido Popular, condenaran el golpe del 17 de julio de 1936 y la dictadura de Franco, no mermaría en absoluto, es más, se afianzaría su legitimidad. Porque se desligarían del lazo que les hace cómplices. Porque la Constitución de 1978 y la republicana de 1931, tienen la misma base legítima. A quién tienen que agradar para no hacerlo…

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