miércoles, 17 de agosto de 2011

EL HIJO DEL CARPINTERO ESTÁ EN ÁFRICA

En el carnaval montado en Madrid con motivo del encuentro de Benedicto XVI con la juventud del siglo XXI, abundan las máscaras de la hipocresía, en términos bíblicos, el fariseísmo. La puesta en escena pretende epatar los eventos protagonizados por un tal Jesús de Nazaret, hijo del carpintero. Burda farsa que produce nauseas al contemplar de qué forma se falsifica la doctrina, que se pretende defender hasta la muerte. Los adefesios exhibidos por la Iglesia derrochan anacronismo perverso. Es repugnante al entendimiento humano que España haya sido elegida para el proselitismo in extremis de un monarca medieval. Paralizar la historia en la época donde el poder venía de Dios y era el rey quien masacraba en su nombre a súbditos y vasallos. Por increíble que parezca, este estado de cosas no se limita a un auto sacramental esperpéntico y desubicado en el tiempo. Es utilizado con claras intenciones de aumentar la cota de poder, de quienes en el Reino de España han sido y son, los grandes caciques de veinte siglos de Historia. En este bullicio de bazar callejero, sin duda, la juventud es la parte más ingenua del reparto. Su inocencia les hacer pasear su mansedumbre al ruido de la esquila que pende de su cuello. Son corderos encaminados hacia el ancestro enmohecido que les aleja del siglo que les ha tocado vivir. Este espectáculo es indigno de un mundo que en el año 1948, escribió para ser cumplida la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Habrá hipócritas que se rasguen sus vestiduras por estas palabras y las tachen de radicales, extremistas, intolerantes o fanáticas. Este osado cronista sólo pretende narrar todo aquello que contempla su mirada. Eso sí en un román paladino, es decir en un idioma claro que defienda la verdad. Cuanto más se analiza esta letanía de arcaicos disparates, su impacto con la sociedad española y el mundo globalizado que nos llega a través de los medios de comunicación, es difícil de superar el escándalo que supone para el sentido común. Cada institución se ha ocultado bajo la máscara del personaje que le ha tocado desempeñar: En principio, Ratzinger, que viene en representación del cristianismo que se prostituyó un día del siglo III, en el que tuvo lugar la pseudo-conversión al cristianismo del emperador Constantino. No viene a encontrarse con los parias de la tierra. Llega a un país católico desde la conversión Recaredo en el siglo VI, pero ausente de sensibilidad cristiana. Es un sacrilegio contra la humanidad contemplar en los telediarios secuencias del beaterio madrileño, mezclado con la hambruna africana ¿Cuántas vidas salvarían las mitras, anillos y capas pluviales de los purpurados príncipes? Es como vivir en un mismo sueño, los años bíblicos de las plagas y el esplendor del Vaticano. Falta valentía y sobra hipocresía para gritar a los peregrinos que les han equivocado la Meca de destino. Su lugar está en África no en España. Pero el rosario de responsables y de fariseos es más grande. El Estado español es el primer responsable en la institución monárquica. El Rey debía renunciar a recibir a un homónimo que condena nuestra legalidad democrática. El Gobierno con un retraso de 36 años que debía de haber denunciado los acuerdos con el Vaticano por anticonstitucionales. Y otro culpable de estos hechos bochornosos es la Iglesia española y las fuerzas que fueron cómplices del derrumbe de la República y del genocidio franquista. Estos eventos que constituyen el hito más vergonzoso de la reciente historia democrática de España, tiene la complicidad del Partido Popular y los medios afines y aparentemente menos afines. Todos ellos se mueven cual marionetas al son de las oligarquías que son su polea de transmisión. Son escasos los medios que se atreverían a hablar en esta lengua. Mientras, los turistas peregrinos y los peregrinos turistas, cantan y bailan esperando al vicario de cristo, pero el Cristo con mayúscula está en África. Es decir el hijo del carpintero.

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