jueves, 18 de agosto de 2011

YO ESTUVE EN LA MANIFESTACIÓN 17/08/2011

Yo estuve en la manifestación del 17 de agosto de 2011, para protestar por el uso que de mis impuestos hace un gobierno democrático en un estado aconfesional. Hice el recorrido de Tirso de Molina a Sol, Alcalá, Sevilla, Canalejas, Cruz, Benavente para llegar a Tirso de Molina de nuevo, durante la hora anterior a la salida de la cabecera de la marcha, que salía por la estrecha calle del Doctor Cortezo. De las seis y media a las siete y media de la tarde, ya el centro de Madrid estaba "ocupado" por los turistas-peregrinos; guiados por sus "voluntarios". No era necesario ser profeta para observar lo que podía pasar. La organización de JMJ no incluyó en la hoja de ruta de los visitantes, que en Madrid se había convocado un manifestación que defendía una postura laica tan respetable como la católica. Tampoco los guías tuvieron esa sensibilidad. Cuando comenzó a caminar la cabecera de la manifestación por la calle del Doctor Cortezo, el acceso a la plaza Jacinto Benavente ya era intransitable. Yo hice el recorrido de la marcha en paralelo moviéndome por calles paralelas, y pude conocer la llegada a Sol, donde la policía hizo hueco para que la manifestación entrara en la calle Alcalá. Yo me adelanté hacia Sevilla por la carrera de San Jerónino, para ver la llagada al metro de Sevilla. A la altura del Casino de Madrid, junto a la entrada del aparcamiento subterráneo, sin que nada se viera de desorden, los policías desenfundaron las largas porras y comenzaron la carga, a unos cinco metro de donde me encontraba viendo la llagada de la cabecera. A todas luces sin ninguna justificación. Sentí que el tiempo se había detenido en los años sesenta y hasta les vi vestidos de gris, en lugar del azul de la actualidad. Huyendo hacia Sol en sentido contrario a la marcha de la cabecera de la manifestación, a duras penas entre en Sol. El choque entre turistas-peregrinos y laicistas estaba servido, tan y como se había intuido tan solo una hora antes. Pude comprobar que los JMJ habían tomado parte en el encuentro posicionándose a la defensiva y al ataque. Una exhibición de las dos eternas "españas", con sus aliados internacionales. Mientras los enfrentamientos de Sol seguían la crónica de la muerte anunciada, traté de volver a la plaza de Banavente, donde pude sorprenderme que la manifestación lejos de abandonar Tirso de Molina, aún no había entrado en la calle Carretas. Es decir que, no sólo estaba "tomada" Sol, sino que el circuito establecido estaba en punto muerto. La prensa ha dado debida cuenta de los resultados del final de la jornada, pero yo viví mi propia crónica y saco mis propias conclusiones. El Gobierno ha pretendido servir a dos señores a la vez: Justificar su apoyo al viaje de Benedicto XVI, en aras de una oportunidad de negocio, de imagen, de evento turístico y de repercusión mundial, y por otro lado, no ha podido rechazar la manifestación laica por ser legal. Ante esta disyuntiva el Gobierno ha navegado en la ambigüedad. En Sol se respiraba el nacionalcatolismo y aquello que vimos muchos ciudadanos una hora antes, la policía no lo quiso ver. Se palpaba la tensión en el ambiente y las fuerzas de seguridad buscaron y lo encontraron los motivos de la carga, en el enfrentamiento de los dos grupos: católicos y laicos. Era evidente que quienes no tenían permiso para manifestarse eran los católicos, sólo les asistía el derecho a la libre circulación ¿Quién provocó a quién? Los católicos, la mayoría de ellos extranjeros, tan pronto como vieron en la manifestación una postura contraria a la suya, se sintieron aludidos y decidieron defender al papa, como si se de una ofensa hacia el pontífice se tratara. Pero quiero resaltar el peligro que hay en la ambigüedad del Gobierno a la hora de coordinar a la policía. Hoy se ha visto la contundencia del PP diciendo que se debía haber prohibido al manifestación laica y la ambigüedad pusilánime del Gobierno, justificando la autorización porque no se podía prohibir un derecho constitucional. Marcando una equidistancia perversa entre los dos colectivos: católicos y laicos. Es la consecuencia de la docilidad de la España democrática. Que se doblega y rinde pleitesía a una institución que no respeta la democracia laica.

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