La vergüenza nacional
El espectáculo que los seguidores de Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, dieron en la plaza de Cibeles en Madrid, es un escándalo para los demócratas laicos. La asamblea mística se llevó a cabo con la complicidad de Gallardón, alcalde de Madrid, y la aquiescencia del Gobierno. La puesta en escena de este iluminado personaje obedece a la clara estrategia de hacer prevalecer en la España del siglo XXI, el nacionalcatolicismo que gozó de excelente salud con la dictadura de Franco. No obstante, la paranoia de Cuatro Vientos, la toma de Madrid por parte de los oriundos del mundo católico, no puede hacernos perder el norte y abandonar la idea de hacer un análisis del problema religioso. Problema aún sin resolver en nuestro país, a pesar de la Constitución de 1978. En una primera lectura es evidente observar que las fuerzas vivas de la católica España, no aceptan que nuestra sociedad haya perdió peso específico en lo relativo a la religión. La derecha heredera del franquismo y la Iglesia desean perpetuar una alianza que beneficie a ambas. Y la izquierda ha practicado un talante pusilánime cediendo terreno en detrimento del espíritu constitucional. No obstante, esta primera lectura no es suficiente para que los jóvenes del siglo XXI comprendan el porqué de estas exhibiciones medievales, en un contexto europeo laico y de progreso. El tejido social que ha nutrido estos encuentros mundiales de la juventud, de ninguna manera ha sido una representación de los más desfavorecidos. Más aún, quienes estaban a la cabeza de estas emotivas y fervorosas manifestaciones, eran los representantes del poder económico, eclesiástico, mediático y político. Los destinatarios de las Bienaventuranzas del siglo XXI no estaban en las JMJ.
Para mejor comprender los acontecimientos de Madrid, es menester analizar sus orígenes, aunque este planteamiento por diversos motivos a pocos nos interesa escudriñar. La puesta en escena de Cuatro Vientos, una mezcla de auto sacramental de Calderón y de esperpento de Valle Inclán, presentaba los mismos personajes que la tragedia que comenzó a escribirse en España en la fatídica tarde del 17 de julio de 1936. El estudio de los eslabones de esta funesta cadena, sólo interesa a las víctimas. Pero es preciso recordarla para luchar contra la amnesia que sólo beneficia a los verdugos y vencedores.
Efectivamente, aquel 17 de julio de 1936, un pronunciamiento militar planificó un genocidio para borrar del mapa toda huella de la República. Aquellos personajes que llevaron a cabo tan ignominiosa tragedia, representaban las mismas instituciones que brillaron con luz propio en los eventos de Madrid. Los franquistas que constituyeron un conglomerado de generales, falangistas, caciques y monárquicos, hoy representados de pleno derecho por el Partido Popular. Otro grupo de personajes imprescindibles en estos eventos, han sido los dignos representantes de las empresas del Ibex-35, financieros del evento. Empresas que han aprovechado la ocasión para hacer publicidad en la vestimenta de voluntarios y peregrinos. En el año 36 el capital apostó por financiar el enfrentamiento fratricida. Y desde el primer momento la Iglesia fue cómplice, tomando parte activa de aquel exterminio. Como premio gestionó la vida de los españoles como botín de guerra implantando el nacionalcatolicismo a través de un estado confesional. Como se puede constatar las mismas instituciones con los mismos personajes, actuaron en la dictadura y en la democracia. En el 36 los militares, la Iglesia, los falangistas (versión fascista de España), el capital y los caciques. Hoy estaban en el evento trasnochado la derecha franquista aglutinada en el Partido Popular, la Iglesia, el capital y el empresariado más recalcitrante. Todos constituyen la gran farsa de presentarse como demócratas y defensores de la Constitución. Sin dejar de mencionar que si bien el Rey, obviamente no participó en los execrables hechos del 36, su padre, sí se opuso a la República y hasta deseó luchar activamente contra ella.
Los medios públicos y privados, salvo honrosas excepciones, no han pasado de la mera noticia complaciente. Es natural que la prensa, radio y televisión, estén en línea de connivencia, porque son negocios y sus empleados están a su servicio. Es el cuarto poder. La libertad de expresión y el derecho a la información, son otra cuestión. Durante esta semana, desoladora para la democracia y la sociedad civil y laica, ninguna institución del Estado ha defendido el espíritu laico de la Constitución. Yo conozco muy bien la teología de Kiko Argüello, porque en los años sesenta fui de los suyos; recibiendo no pocas veces sus espavientos y abrazos, y ahora es capaz de paralizar una capital como Madrid firmando furtivos acuerdos de sacristía. Días antes yo había sido testigo de cómo una fila de policías de forma instantánea desenvainaban sus porras cual guerreros espadachines y apaleaban a un ciudadano, lejos de Sol cuando la cabecera de la manifestación laica aún no había llegado al metro de Sevilla. Mientras, los peregrinos extranjeros se enfrentaban a los laicos españoles, para defender a un monarca medieval, de un estado que no existe y que desea seguir dominado sus conciencias. Después de estos aciagos días para la libertad y el laicismo, algo huele a podrido en las cloacas del poder en la España católica y democrática.
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