Felicito al ciudadano José María Aznar, expresidente del Gobierno, por ejercer el derecho que le otorga la Constitución Española, de expresarse con toda libertad, aunque él no la votara. Pero mi satisfacción es mayor cuando me adjudico el mismo derecho; habiendo votado nuestra Carta Magna. Este patético busto parlante, que se asoma a través de la ventana de la Fundación para el análisis y los estudios sociales FAES, presenta un perfil que si no da pánico, sí cierta prevención. Según cuentan, FAES se creó para pensar España. Aznar es el líder de la extrema desafección de lo que no sea presentar una España fosilizada, granítica y vetusta, anclada en la conversión de Recaredo. Siempre dispuesta a iniciar la Reconquista de los sagrados lugares hispanos, siempre atrapados por infieles y malos cristianos. En no muy lejanos países: laicismo, liberalismo, república, socialismo, progresismo y todo lo que rompa el paradigma de la “atado y bien atado”. Aznar se siente libre y lo es. Se expresa con desparpajo, aunque hace tiempo que perdió su faz risueña, fácil para la sonrisa y hasta la carcajada. Ahora su expresión es serena, dramática y a veces apocalíptica y siempre trágica. Pero su verbo oculta parte esencial de su identidad. Y yo como ciudadano libre que me cuelo en el baile del carnaval aznariano, es mi deseo arrancarle la máscara que oculta la grandeza del personaje. Bajo el disfraz de demócrata de toda la vida, se encuentra un hombre fiel al caudillo que lo fue por la Gracia de Dios. Un franquista. Quizás suene mal este epíteto. Pero bastaría un gesto condenatorio de aquel régimen genocida para que su rostro recuperar otro color. Y entonces sí sería un insulto. No obstante, el expresidente del Gobierno no está solo. Tiene a su servicio incondicional medios de comunicación y personas físicas, que también están empeñados en la cruzada de desalojo socialista para reconquistar España para su causa. Este prohombre siempre elige a buenos compañeros de viaje: La Iglesia, la extrema derecha republicana de los Estados Unidos de América, y las oligarquías del capital donde haya mayor especulación. Cuando se le quita el disfraz de constitucionalista, se descubre la verdadera utilización que hace de la Constitución; presentando recursos contra todas las leyes que de una u otra forma, pretenden desarrollar el reconocimiento de los derechos de los españoles. La gran paradoja de la cual disfrutan Aznar y todos sus secuaces, es que mientras la Constitución Española, les permite expresarse con absoluta libertad, no hay ninguna ley que les pueda acusar de cómplices y apologistas del franquismo y de sus crímenes. Porque debajo de ese perfil patético del ínclito líder de la derecha española, se esconde un franquista puro y duro, sin complejos ni prejuicios, neto y nato. Sin miedo a ser increpado. Todos los gobernantes que no sean ellos, los franquistas, son impostores y están usurpando el poder que a ellos les corresponde por derecho divino. La Transición es la última máscara de Aznar. La Memoria Histórica, el proceso a Garzón y los crímenes impunes del franquismo, están clamando justicia. Me siento totalmente satisfecho de haber utilizado el mismo derecho de libertad de expresión, que un expresidente, el ciudadano Aznar. Durante el franquismo, sólo aquellos que pensaban España como Franco, podían sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario